Artículo de Eva Carnero en el suplemento de «El País» «La buena vida» con la participación de Javier Tirapu, Psicólogo Clínico y Director Científico de Fundación Argibide.
La mayoría de nosotros nos creemos buenas personas. Sin embargo, hay mucho hijo de su madre suelto por ahí: ¿Significa eso que las malas personas se creen mejores de lo que son? Un nuevo estudio publicado por investigadoras de las universidades de Harvard y Northwestern (EEUU) sostiene que sí, que el ser humano está diseñado para negarse a sí mismo sus trapos sucios en virtud de algo que ellas denominan “amnesia no ética”.
Esta memoria selectiva es, en definitiva, un eficaz mecanismo de defensa que empleamos para preservar la imagen que nos hemos forjado de nosotros mismos. “Con el fin de evitar la culpa y la vergüenza —dice la psicóloga Noelia Mata Novillo— aplicamos estrategias, a menudo de forma inconsciente, para compensar el deterioro de nuestro yo”.
¿Que tu comportamiento es vergonzoso y reprobable? No hay problema. Nuestro cerebro “limpia, fija y da esplendor”, dejando solo lo que nos conviene. Y, ¿cómo lo hace? “El cerebro valora lo bueno y lo malo de nuestra conducta y la de los demás”, asegura Javier Tirapu, neuropsicólogo de Fundación Argibide y miembro del Grupo de Neuropsicología de la Sociedad Española de Neurología. Y lo hace básicamente “en la región frontal orbital, aquella en que la razón y las emociones dialogan y toman decisiones basadas en juicios morales y principios éticos, aunque trabajando concertadamente con otras regiones cerebrales implicadas en el razonamiento y en las emociones”.
El demonio en tu hombro
Ya sabemos dónde se cocinan las decisiones. Ahora veamos con cuánto aceite y a qué temperatura se ha de poner el horno. “En ocasiones, nuestro cerebro se ve abrumado por la cantidad de información que recibe”, añade el experto. “En ese momento, debemos incorporar una perspectiva coherente de la imagen que tenemos de nosotros mismos y de lo que los demás esperan. De esto se encarga el hemisferio izquierdo: de integrar la información recibida con la imagen previa que tengo del yo”. Si engañas a tu pareja, aceptas un soborno o te saltas el torno del metro, tu hemisferio izquierdo buscará la mejor manera de que esa realidad se adapte a tu autoimagen. Según el doctor Tirapu, “esa parte del cerebro, bien prescinde por completo de esa información o bien la distorsiona para hacerla encajar en el marco preexistente con el fin de mantener la estabilidad. Estos mecanismos impiden que el cerebro se vea abocado a la incoherencia y a la falta de dirección en los posibles guiones que pueden escribirse partiendo de nuestras vivencias”. Sí, es lo que parece: “Uno se miente a sí mismo y a los demás”, sostiene el experto, quien cree que “este es un precio barato y asumible a cambio de la coherencia y la estabilidad que se gana”.
El ‘Pepito Grillo’
Si el hemisferio izquierdo es el encargado de remangarse y hacer el trabajo sucio ocultando los recuerdos no aptos, el derecho podríamos identificarlo como el amigo repelente que nos recuerda quién somos en realidad. Es decir, cuando el hemisferio izquierdo niega, reprime e inventa una historia que nos permite seguir tranquilos, “la estrategia del derecho consiste en actuar poniendo en tela de juicio ese statu quo. Cuando la información anómala alcanza cierto umbral, el hemisferio derecho realiza una revisión global del modelo. Es decir, impone un cambio de paradigma y puede cuestionarte tu manera de ser y actuar, lo que no es nada agradable”, asevera el neurólogo. La psicóloga Mata Novillo nos recuerda que “el sistema cerebral necesita errores para aprender. Con cada fracaso y cada éxito enviamos mensajes al sistema de recompensa del cerebro que es el encargado de generar dopamina (neurotransmisor del bienestar y que participa en la motivación)”. Y concluye haciendo hincapié en que gracias a este proceso, “aprendemos y decidimos en la vida. Por tanto, la actitud positiva frente a los errores hay que defenderla siempre”.
¡Bendito olvido!
Sin duda, hay momentos en la vida que es mejor no recordar. Bien, pues la buena noticia es que una función de la memoria es el propio olvido. El filósofo y psicólogo francés Theodule Ribot ya lo apuntaba en 1881: “El olvido, excepto en algunos casos, no es una enfermedad de la memoria, sino una condición de su salud y de su vida». Y para muestra, un botón. El doctor Javier Tirapu hace referencia al caso descrito por el neurólogo ruso, Alexander R. Luria en el que Salomon Veniaminoff, un hombre de memoria prodigiosa padecía una extraña y grave anomalía: no podía olvidar. A priori, uno puede pensar: Y, ¿cuál es el problema? Cuanta más información almacene mi cerebro, mejor, ¿no? Lo cierto es que el amigo Salomon tenía un problema. “Un sistema de memoria sano precisa eliminar la información obsoleta y actualizarla continuamente”, asegura el doctor Tirapu, quien afirma que “el cerebro parece que olvide cierta información para hacernos la vida más fácil y nos recuerde aquello que no teníamos intención de memorizar”.
Ver artículo (errata en el articulo Javier Tirapu no es neurólogo, es neuropsicólogo)